Los egresados de la UNAM vimos con tristeza cómo el pasado 28 de mayo la institución cayó del quinto al octavo sitio latinoamericano del ranking de QS, debajo del Tec de Monterrey, que se mantuvo en el séptimo puesto. Aunque ese tipo de listados son subjetivos, creo que habrá pocos Pumas a los que esto no les haya dolido, aunque sea un poquito.
Aprovechando la coyuntura y como crítica constructiva, narraré una serie de hechos que hicieron de mi carrera en la UNAM, en el aspecto burocrático, un infierno, y que creo que son de los aspectos más urgentes a corregir. No hay que confundir: siento gran orgullo de haber egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; le tengo mucho cariño a la Universidad, es uno de los espacios culturales más importantes y valiosos del país, y en pocos sitios un estudiante puede ser más feliz que en Ciudad Universitaria, pero las trabas burocráticas casi me hicieron dejar la academia.
Como estudiante de preparatoria siempre fui un fiasco, mis intereses radicaban en la vida fuera del aula, particularmente en los conciertos de rock, los reventones y las discusiones “filosóficas” durante las horas de pinta. Ello repercutió en que tuviera que realizar dos veces el examen de admisión a la UNAM: en ambas ocasiones pasé, pero la primera vez debí salir de la universidad por no entregar el certificado de prepa a tiempo. Para el 2000 reingresé a la universidad tras la huelga, con mucho ánimo y la firme convicción de dedicarme a ella.
El optimismo se vio reflejado en mis altas calificaciones, pero al momento de inscribirme al segundo semestre yo no aparecía en el sistema. Tras pasar por múltiples ventanillas de la facultad, me aseguraban que no estaba inscrito; me mandaron a la central de servicios escolares donde recibí la misma respuesta a pesar de que les llevaba los papeles probatorios. Ante mi insistencia, fui escalando peldaños burocráticos y finalmente me llevaron con la “jefa”, quien, frente a otros cuatro burócratas que no me habían podido ayudar, resolvió mi problema en menos de un minuto. “Miren, lo que sucede es que él hizo de nuevo el examen de admisión y volvió a ingresar”. Lo mismo que yo les había dicho decenas de veces.
La siguiente piedra en el camino se presentó hacia el sexto semestre, cuando tomé Psicoanálisis y Sociedad, clase que se impartía en la mañana y en la tarde con distintas profesoras; yo la cursé por la tarde y saqué diez. Al siguiente semestre me fui becado de intercambio a Montreal, donde me enteré que, contrario a lo que decía mi tira de materias, yo había aparecido inscrito en la clase de la mañana, por lo que mi calificación se registró como NP (No Presentó). Varios amigos intentaron ayudarme a solucionar el asunto, pero solo podía hacerlo yo en persona, y al regresar del intercambio, después de múltiples visitas a las ventanillas, en la oficina especial de calificaciones me informaron que, como era una clase de dos semestres atrás, ya se había vencido el plazo para cualquier aclaración. Por lo tanto, mi diez se perdió en el abismo de la burocracia universitaria.
También, por algún error al transferir mis calificaciones de Canadá a la facultad, estas no se registraron y en mi historial aparecieron tres “Asignaturas Cursadas Fuera de la Facultad” con NP. Un año después las logré revalidar bajo otros nombres.
Por último, el registro de la tesis fue frustrante, casi más difícil que escribirla: cada vez que iba a hacer un trámite para ello, resultaba que tenía que haber hecho otros tres antes. Creo que di treinta vueltas por la Universidad para algo que podría resolverse en dos o tres, si los pasos para el registro se informaran de manera clara. Recuerdo en particular el día que llevé la versión en CD de mi tesis a la biblioteca de la facultad. Di tres vueltas el mismo día porque había ciertos “errores”, por ejemplo, que ninguna palabra en el índice debía llevar acentos. La razón: permitir la búsqueda en el procesador de palabras prehistórico con el que contaban, que no admitía acentos. No solo no explicaban eso antes, sino que lo decían a cuentagotas: podrían haberme dicho lo de los acentos en mi primera vuelta, pero no repararon en ello hasta la segunda. El negocio que me imprimió los CD, en cambio, optó por no cobrarme la tercera impresión. Muchas veces a lo largo de la carrera me entraron ganas de gritar a los burócratas que parecían no escuchar lo que uno les decía. Pero sabía que ello solo empeoraría las cosas, pues hay pocos seres humanos más intransigentes que un burócrata ofendido.
Más allá de la calificación que le dio QS a la UNAM, uno de los retos más grandes de la Universidad es combatir esa ineficiencia de algunos burócratas que cuentan con el poder de truncar la carrera de un estudiante y que, a veces, aparentan perseguirlo sin otra motivación más allá del humor que tienen ese día, o de cómo les haya caído la persona en cuestión. Parecen querer hacer evidente que una carrera universitaria no es algo fácil, al complicar precisamente los aspectos de esta que deberían ser los más sencillos. En el camino deben haber quedado cientos de personas que podrían haber tenido carreras con nueve o diez de promedio, pero que renunciaron al verse envueltos en la espiral de la burocracia inoperante.
Siempre he creído que los sindicatos cumplen el importante papel de defender los derechos laborales, pero también deben garantizar la eficiencia de sus trabajadores. Así, pienso que el problema se debe resolver entre universitarios y que está en manos del STUNAM poner orden en este asunto para combatir esa ineficiencia que, además de restar prestigio a la UNAM, ha causado que el país tenga un porcentaje mucho menor de licenciados matriculados y de personas estudiando posgrados. Es un asunto urgente.~
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Escritor, sociólogo y DJ, BRUNO BARTRA ejerce desde 2000 el periodismo en medios como Reforma y Replicante. Actualmente cursa un doctorado en etnomusicología. Es miembro fundador del grupo musical La Internacional Sonora Balkanera. Twitter <@brunobartra>.