Hace unas semanas, Francisco Garfias inició su columna con el siguiente cruce de palabras:
René Drucker Colín disparó a quemarropa su pequeña dosis de grilla. “¿Ya eres de izquierda otra vez?”, preguntó a Jesús Zambrano en tono por demás provocador.
Con voz trémula, el presidente del PRD respondió de bote pronto: “¡Ah caray! Siempre he sido… Y a mí nadie me va a dar clases de lo que es ser de izquierda…”.
Este intercambio de insultos velados es algo común, y por debajo de ello hay una pregunta eternamente debatida: ¿qué significa ser de la izquierda? Por alguna razón, tales debates no pesan tanto para los de la derecha; supongo que es porque la izquierda atrae a los idealistas, y entre ellos la pureza de los objetivos pesa más que la posibilidad de alcanzarlos.
En todo caso, este debate sigue presente en México, donde los aliados de AMLO llevan meses acusando a la dirigencia perredista de traicionar a sus ideales y su base electoral por colaborar con el PRI de Peña Nieto. Pero este debate no nació con el gobierno de Peña Nieto, y no es nada pasajero; al contrario, los varios sectores de la izquierda mexicana llevan más que siete años en algo que se parece a guerra sobre el papel correcto de la izquierda. Además, un cese de fuego no es nada probable, ya que hay una serie de desacuerdos fundamentales:
La figura a la cabeza de la izquierda: Un lado quiere que López Obrador sea la máxima referencia de la izquierda, probablemente hasta que se retire de la política. El otro quiere que sea una fuerza pluralista, en que AMLO definitivamente no es el viceroy de la izquierda. Lamentablemente, las dos posiciones no tienen punto medio.
El estilo político: Una parte de la izquierda cree que las protestas públicas, las tomas de tribunas, y otras tácticas parecidas no solamente son legítimas sino fundamentales. Sirven para hacer publicidad y para animar a los militantes, aunque sean de dudosa eficacia. Estas tácticas vuelven más vitales después de una pérdida política, sea alguna reforma desagradable o una elección pareja.
El otro lado de la izquierda cree que la manera de hacer política es a través de la negociación, las campañas a favor de la legislación preferidas, y las victorias electorales. Es decir, cree en las herramientas tradicionales de la política. Y cree —y esta parte es crucial— que si uno pierde una batalla, ahí se queda el asunto. Igual que arriba, no hay manera muy clara de reconciliar las dos filosofías.
Las metas para el país: Este debate se encuentra en plena transición ya que uno de los pilares de la izquierda mexicana —oposición a la apertura petrolera— se ha quedado obsoleto. Ahora, ¿cuáles son las metas políticas que más motivan las distintas corrientes de la izquierda? ¿Qué harían con el poder al ganar la presidencia? Hay un sinfín de respuestas aceptables para alguien de la izquierda, pero por lo pronto las respuestas no están claras. Es un debate vital, pero parece haber sido aplazado por la lucha por el control del PRD y de la izquierda mexicana. Sin embargo, una izquierda unida depende de una definición coherente.
Como comenté hace unos párrafos, estos y otros puntos, más aún el debate general sobre que significa ser de la izquierda, están lejos de resolverse. Esto tiene el efecto de ceder de manera casi permanente a la iniciativa política al PRI y al PAN. Como escribió Roger Bartra, autor de La Fractura Mexicana, en vísperas de la elección de Peña Nieto:
Una encuesta nacional de valores (auspiciada por la revista Este País) mostró que en 2010 se declaraba conservadora la gran mayoría (54 %) y sólo una quinta parte manifestó ser progresista (el 26 % se colocó en un lugar intermedio). Otra encuesta más reciente, hecha por el diario Reforma en junio de 2012, revela que casi la mitad (46 %) se considera de derecha, el 22 % de centro y apenas el 14 % de izquierda.
Es decir, las cifras no son propicias para que la izquierda gane la presidencia. Y para que una izquierda dividida gane, casi imposible.